Sania: una marca canadiense que promueve la moda latinoamericana

Foto cortesía de Carolina Delgado, diseño de Jeimy Ángulo.

Foto cortesía de Carolina Delgado, diseño de Jeimy Ángulo.

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En noviembre de 2019, Elana Hazghia lanzó Sania: la primera colección de moda contemporánea y consciente de América Latina en Canadá. ¿Por qué hacer esto? Porque no existía. Elana quería exponer a los canadienses a un lado poco visto de América Latina que conoce y ama personalmente, rompiendo los estereotipos de lo que significa crear una marca de moda ética y de alta calidad de América Latina.

El nombre Sania se deriva de la palabra artesanía, que como sabemos, es la calidad del diseño y el trabajo que se muestra en algo hecho a mano. Sania cura una colección de piezas destacadas y simbólicas: "Piezas que voltean las miradas y provocan conversación", según las palabras de Hazghia. "Piezas que son contemporáneas, audaces y creadas a través de procesos artesanales de alta calidad".

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Elana es una iraní-estadounidense-canadiense con una pasión por América Latina, inicialmente arraigada, como ella lo dice, "en nada más que una afinidad por el idioma español". Su amor por el idioma, la región y la gente creció a medida que su carrera la llevaba por toda América Latina.

Ha trabajado en negocios y asociaciones internacionales durante casi una década, cruzando fronteras e industrias, desde la implementación de programas complejos de tecnología de salud en la República Democrática del Congo hasta la construcción de un programa de artes interculturales en Guatemala. Nativa de Nueva York pero nacida en Londres, y actualmente basada en Toronto, Elana busca aprovechar una oportunidad en el mercado.

A continuación podrán leer la historia personal de Elana, la cual detalla lo que impulsó su idea de negocio, y la pasión por la región latinoamericana que la llevó por este camino.

Siempre vi a América Latina como la oportunidad de negocio oculta del mundo.
— Elana Hazghia, fundadora de Sania
 

"Porque su español no es lo suficientemente bueno". Miré a mi amiga mientras contemplábamos el lago Atitlán, posiblemente uno de los cuerpos de agua más hermosos y desconcertantes que he visto en mi vida. Sentadas en una gran piedra junta a nuestro punto favorito de natación de por la tarde, la miré, buscando una solución. A ninguna de las dos se nos ocurría nada.

Acabábamos de terminar una mañana de clases de fotografía con unos 20 niños de La Básica, la escuela primaria en San Marcos La Laguna, Guatemala, un pueblo pequeño y tranquilo que atraía los mochileros hippies que venían en búsqueda de un masaje tailandés y alojamiento básico. Más allá de los hostales frente al mar y los centros de curación holística, habían montañas de las que descendían nuestros estudiantes después de pasar la mañana ayudando a sus padres a atender el trabajo de la casa o la granja. Sus clases terminaban puntualmente a la 1 p.m., lo que les permitía pasar las tardes trabajando en restaurantes y hostales para apoyar aún más a sus familias. Este era el ritmo de sus vidas.

Foto cortesía de Alepel.

Foto cortesía de Alepel.

Le pregunté a mi amiga si podíamos obtener una beca para una de nuestras estudiantes, María, que era la persona más responsable y trabajadora de la clase. Quería encontrar una manera de darle más oportunidades. Mi amiga dijo que las escuelas privadas otorgan becas a niños indígenas, pero en este caso, su español no era lo suficientemente bueno. Y ella tenía razón. Había visto los errores de ortografía en su escritura, los errores gramaticales en su hablar melódico. Su idioma nativo era el Kaqchikel, uno de los 21 idiomas mayas que se hablan en Guatemala. En la escuela, aprendían español, pero la calidad de la educación no estaba a la altura, y quedaba muy claro que este era uno de los principales obstáculos para su avance.

Al mismo tiempo, en una conversación con María junto al lago una mañana, le pregunté que si podía vivir en cualquier parte del mundo, ¿dónde viviría? Su respuesta fue: "Aquí, porque mi hogar es hermoso". Entonces, ¿quién era yo para sacarla del lugar que ella más conocía y amaba?

Esto fue hace ya una década, y este momento se quema en mi memoria como el primero de muchos momentos en los que vi los problemas de América Latina mucho más complejos de lo que pensaba. A solo 3.500 millas de distancia, estaban los salones universitarios donde había leído las historias de Carlos Fuentes y escrito ensayos sobre la evasión fiscal en Guatemala. Pensé que lo tenía todo resuelto. Era tan fácil sacar conclusiones desde lejos. Élite = malo, indígena = oprimido, ayuda humanitaria = bueno. Saqué conclusiones en mis ensayos para poder colocar cómodamente un punto al final de mis oraciones. Pero en los diez años siguientes a ese momento en San Marcos La Laguna, cada interacción me hizo cada vez más difícil colocar un punto al final de una oración, sacar una conclusión definitiva, encontrar la solución perfecta.

Quiero crear experiencias que les permitan a los canadienses comprender mejor la América Latina real y moderna.
Foto cortesía de Rene Habie.

Foto cortesía de Rene Habie.

En esos mismos diez años, me expuse cada vez más a iniciativas positivas, innovadoras y sostenibles que poco a poco han ido mejorando algunos de los problemas aparentemente insuperables de América Latina: jóvenes políticos locales que estaban haciendo una diferencia en sus comunidades, innovadores que usaban la tecnología para mejorar la educación, diseñadores que proporcionaban seguridad laboral, capacitación técnica y atención médica básica. Algunas iniciativas funcionaron, otras no. Me informé plenamente de las fallas para entender lo que salió mal. Conocí a aquellos innovadores cuyas iniciativas creaban cambios tangibles y les pregunté acerca de sus procesos de pensamiento y motivación. Ninguna persona tenía todas las respuestas a los problemas de la región, pero al juntar estas iniciativas, logré formar un tapiz de trabajo positivo y reflexivo que transformaría la forma en que pensaba sobre el impacto social.

Con el paso de los años, seguí recogiendo lecciones aprendidas, buenas y malas. Había un par de ideas que persistían en mi mente—esas ideas que uno suele rechazar porque tiene que tomar el tren para ir al trabajo, reunirse con un amigo para cenar o levantarse temprano para tomar un vuelo.

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“quería crear una colección que rompiera los estereotipos de lo que significa ser una marca ética de América Latina”.

La primera fue la necesidad de destacar y apoyar a las empresas y los innovadores que contribuían a este tapiz de buen trabajo en toda la región. Tuve la fortuna de ver una América Latina que nunca vi en el aula de clases, y que la mayoría de la gente no ve en los titulares de los periódicos. Siempre he visto a Latinoamérica como la oportunidad de negocio oculta del mundo, y quería promover los proyectos innovadores y los éxitos que había descubierto en la región.

La segunda idea fue un deseo incontrolable de hacer algo creativo. Sé que mucha gente lidia con esto. Siempre me ha gustado dibujar y pintar. Mi padre también lo hizo, y siempre lo mantuvo como un hobby. No pensé que mucho saldría de ello profesionalmente, pero mi mente siempre ha sido visual. Constantemente registro lo que tengo delante como posibles cuadros o fotografías. Nunca hice mucho con eso. Algunas imágenes están catalogadas en mi mente, y otras se filtran.

También empecé a sentirme cada vez más apegada a los accesorios que acumulaba en mis viajes, como una bufanda de alpaca bebé de una fábrica textil familiar ubicada en el norte de España, aretes de latón cortados a mano de un estudio de diseño en Sudáfrica, un collar de discos de oro de un mercado callejero en Buenos Aires que descubrí casualmente en un paseo sin rumbo por la ciudad. Cuando me pongo cada pieza, evocan una sensación de cariño por un lugar que todavía está allí, y un momento que queda grabado en mi memoria. Trato esas piezas de manera diferente a las demás, como si las fuera a dañar o perder, el recuerdo se desaparecería con ellas. Sabía que de alguna manera quería recrear esa sensación de pasión por los viajes y la afición para los demás.

Aretes de Caralarga.

Aretes de Caralarga.

Después de un año o más reflexionando sobre esta idea, decidí por fin emprender. Es interesante escuchar cómo la gente comienza sus empresas. Algunos tienen grandes oportunidades que caen en sus manos, otros pasan años reflexionando ideas y buscando financiamiento. En mi caso, me impulsó el instinto, como suele ser con la mayoría de las decisiones importantes que tomo (aunque he aprendido a mejorar esta característica con el tiempo). De entrada, tenía una idea del sentido estético de la marca. Sabía cómo quería que se viera y sintiera Sania. Sabía el sentimiento que quería evocar en mis clientes. Sabía los tipos de diseñadores con los que quería trabajar. Sabía que quería traer piezas a Canadá que nunca habían estado en el mercado. Estaba menos segura del modelo de negocio y financiación, pero esos eran puntos del negocio que podía resolver al desarrollar la idea.

En solo cuatro meses, tuve el espacio y la claridad para prepararme para el lanzamiento. Uno de los aspectos más gratificantes y emocionantes de comenzar fue seleccionar, analizar y conocer a los diseñadores aliados. Algunos los conocía hace años, otros los descubrí en Instagram, escuchando recomendaciones de amigos o leyendo blogs de moda de la zona.

Entrevisté a mis diseñadores aliados para comprender mejor el modelo de negocio de cada uno, su estética, proceso creativo e impacto social. Como las marcas eran todas nuevas para el mercado canadiense, quería crear una colección que rompiera con los estereotipos de lo que significaba ser una marca ética de América Latina. Quería destruir cualquier idea preconcebida de lo que significaba ser latinoamericano, y lo que significaba tener una empresa que se preocupara por el bienestar de sus artesanos y la estética y calidad de su producto.

Estaba orgullosa de los diseñadores colaboradores que tenía para el lanzamiento. No solo se alineaba su estética con la visión de Sania, sino que cada uno tenía un enfoque único con respecto al impacto social. Aysha Bilgrami crea joyas llamativas y evocadoras con plata reciclada y refinada de rayos X y otros desechos de la industria médica y electrónica en Colombia. Caralarga utiliza hilo de algodón reciclado de una de las primeras fábricas textiles en México y trabaja con mujeres artesanas para crear joyas tejidas y muebles para el hogar. René Habie trabaja con expertos artesanos en Antigua, Guatemala para crear joyas modernas con materiales sostenibles.

Para noviembre del 2019, había reunido un grupo de marcas de Colombia, México, Guatemala y Venezuela. Lancé Sania con el clic del botón "enviar" de una difusión de prensa. Fue gratamente impactante y alentador ver lo receptiva que era la gente a la marca y nuestra estética.

Mientras me preparaba para la temporada navideña, me sumergí de lleno en el proyecto. Hice un total de seis tiendas pop-up en y alrededor de Toronto en el transcurso de dos meses. Fue agotador y gratificante, permitiéndome interactuar con las personas y comprender mejor a qué productos responden, cómo se sienten con respecto a los precios y quién realmente podía ser ese cliente esquivo de Sania.

Cuando volví a surgir a principios de 2019, tuve el espacio para pensar en lo que quería para el futuro de la marca. Quiero que Sania sea más que un sitio web de comercio electrónico que ocasionalmente hace tiendas pop-up. Quiero crear experiencias que le permitan a las personas comprender mejor la América Latina real y moderna aquí en Canadá. Lo que veo para el futuro de Sania es un espacio donde la experiencia y la moda se entrecruzan: charlas sobre la moda ética, exposiciones de artistas latinoamericanos contemporáneos, catas de cafés latinoamericanos, etc. Comencé por este camino y sé que hay mucho más por recorrer, pero como ha sido el caso con la mayoría de mis experiencias profesionales, crear esas oportunidades depende de mí.

Lo que veo para el futuro de Sania es un espacio donde la experiencia y la moda se entrecruzan: charlas sobre la moda ética, exposiciones de artistas latinoamericanos contemporáneos, catas de cafés latinoamericanos, etc.
Foto cortesía de Carolina Delgado.

Foto cortesía de Carolina Delgado.